Hace apenas un mes hablábamos de una nueva pérdida de habitantes de la capital, por sexto año consecutivo, 1.700 desde el año 2007 en el que comenzara la crisis. La capital ha bajado hasta los 114.000 habitantes, nada extraño, si, como ha revelado recientemente la Fundación Estrategias, desde ese mismo fatídico año, se han perdido en la ciudad mil empresas. Tras la crisis, de la que Jaén saldrá la última y en los últimos puestos, los vecinos de Jaén se han quedado con dos opciones laborales: emplearse en la hostelería o en la recogida de la aceituna (no olvidemos que la capital es ya, tras Úbeda, la segunda productora de la provincia). Y con ese horizonte es lógico que cada vez más jienenses hagan las maletas en busca de oportunidades en lo que es ya una diáspora económica que ninguna administración es capaz de atajar. Jaén no tiene más futuro para sus jóvenes que el de poner cañas en un bar (con un contrato, si tiene suerte) o recoger el fruto de la mayor riqueza que tiene esta provincia y que aún no ha sabido aprovechar estratégicamente. La inversión pública es fundamental ahora más que nunca, algo que siguen sin tener claro los gobiernos de las administraciones competentes. Y si lo tienen, lo disimulan pero que muy bien.
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