Notas de un lector

El triunfo de Galatea

Rafael Sanzio (Urbino – 1483, Roma – 1520), o lo que es lo mismo, el gran Rafael de Urbino, está considerado como uno de los más grandes maestros de la pintura de todos los tiempos, y máxima expresión del ideal humanista. La magia de su pincel convirtió su personal equilibrio de la medida, de la belleza, de la luminosidad compositiva, de la simetría axial y del vívido cromatismo…, en un ejemplo a seguir a lo largo de los siglos.
“El triunfo de Galatea”, uno de los frescos decorativos en la Villa del Trastevere de Peruzzi -y una de sus piezas más significadas-, representa el mito de esa ninfa marina de gran belleza juvenil, enamorada del pastor Acis y acosada por el amor de Polifemo, un cíclope al que Galatea desprecia. Tras descubrir Polifemo el amor de ambos, aplasta al joven Acis con una enorme piedra, mientras Galatea logra huir del gigante, arrojándose al mar.

Tanto del mito como de la espléndida interpretación pictórica que hiciera Rafael, se ha servido Javier Asiáin para pergeñar su nuevo poemario “El triunfo de Galatea” (Hiperión. Madrid, 2011), con el que obtuvo el VIII Premio Internacional de Poesía “Claudio Rodríguez”.


Este pamplonés del 70, alcanza ya su sexta entrega, y en ella no renuncia a las claves que han ido conformando su personal universo lírico: es decir, una sorpresiva capacidad metafórica, una conciencia integradora, un verbo de intuitiva elocuencia y un ritmo vertiginoso, pero modulado por una voz unitaria y trascendente.

“Voy a la consumación de tu cuerpo/ como va Rafael a sus pinceles”, reza el poema que sirve de pórtico. Y desde ese propósito, pretende idealizar la belleza femenina e inaugurar un nuevo destino para el ser humano, caracterizado por una autonomía y unas conductas propias. A su vez, Javier Asiáin va abriéndose camino a través de un verso que anhela la palpable realidad: “Dime si es real esta porfía que acomodo entre los párpados/ dime si esta súbita inmanencia volatiliza el sueño/ que te ciñe la cintura/ como guante esclarecido por el fuego”.
La exaltación del hombre y de su dignidad fue el renovado empeño de los grandes artistas renacentistas -Boticelli, Miguel Ángel…-. Su esfuerzo y sus figuras son aquí y ahora motivo de homenaje, junto al fulgor de los clásicos -Homero, Ovidio, Catulo, Píndaro Horacio…-. Fuentes líricas de las que el poeta navarro bebe y que redundan en la estética de su decir: “Todo retorno es origen todo designio búsqueda atenuante/ fuente de calor que nos somete a su intendencia (…) Yo aspiré a la luz/ como a un poema de Virgilio transformándose en tus labios”.

Dividido en doce “Cantos”, el libro empero se vertebra de modo unitario y su cuidada construcción acaba convergiendo en una finita latitud donde coinciden los contrarios: el amor platónico y el carnal, la poesía de ayer y la de hoy, se hacen uno y dibujan desde su complejo horizonte la precisa silueta de un poemario luminoso y turbador: “Porque siempre la claridad viene del beso/, porque tu boca no se halla entre las cosas, sino muy por encima/ así tu cuerpo es un don y como el aire como la luz/ acontece para la ceremonia insólita del mundo”.

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