Notas de un lector

Navidad de libros

Santos Domínguez (Cáceres, 1955), obtuvo con “Para explicar la nieve”, (Sevilla) el premio “Ángaro” 2009, que edita la colección sevillana del mismo nombre. En su anterior poemario, “Las provincias del frío”, el poeta extremeño anotaba en el poema que servía como coda: “Soy un hombre que mira a través de la lluvia,/ más allá de la hoguera”. Esa mirada inquietante, retadora, es ahora la protagonista del personal universo que convoca esta “nieve” feral y feraz. Desde un cántico seductor, hilvanado con bellas metáforas, surge la dialéctica entre lo efímero y lo permanente.. Los versos se adentran al par del enigma humano y surcan el delirio y la memoria de cuanto sostuvo la común existencia y la vital experiencia: “Estar bajo este cielo mientras llega/ la pleamar repentina, la desembocadura./ Y ya sin esperanza de retorno/ quedarse en el exilio de un lugar que no existe”.
Íntimas heridas, humana sentimentalidad, música del alma, originalidad meditativa…, abrigan este volumen que se alza desde un yo poético solidario con el entorno y con los paisajes que rodean su iluminada soledad: “Bajo un nueve de lunas nos acecha,/ desde el fondo insondable de los ojos de un gato,/ el filo de silencio de la nieve”.


La XIII edición del Premio Internacional “Antonio Machado en Baeza”, recayó este año en “Croniria” de Raquel Lanseros. Esta jerezana del 73, alcanza ya su quinta entrega poética y lo hace, de nuevo, de manera brillante. Refugiada en una intimidad sensorial que se apoya en un rico virtuosismo rítmico, su decir fluye de forma depurada: “Poesía es lo contrario de la muerte./ Esta certeza súbita de lo desconocido”, afirma rotunda en su poema “Bécquer y el Rock and Roll”. Protagonista de un espacio cada vez más propio y madurado, Raquel Lanseros sigue apostando con el alma abierta por una poesía del asombro, penetrante, visionaria: “Cuando me cerca el sueño como un yunque de plomo/ te recuerdo caliente de huesos y de sangre”
Dividido en tres apartados, el conjunto ofrece un puñado de dichas, de agonías, de remembranzas…, que derivan en una certera unidad lírica, donde emoción y reflexión se conjugan con la autenticidad de una lírica de sugerente recorrido: “Los unicornios surcan el corazón humano/ y después se sumergen despacio entre la niebla”.

Como ya sucediera en el primer poemario de Cecilia Álvarez , “El alma deshabitada”, premio “Ángaro” 2008, la nostalgia vuelve a erigirse en protagonista de su nueva entrega, “Primera luz” (Cabildo Insular de Palma, 2009); si bien, en esta, ocasión, sean los años y avatares de su niñez, los que propician el verso (“Añorado tiempo de infancia/ que creíamos eterno”, escribe). Y ese verso al que aludo, discurre sin artificios, con una cálida sencillez, o si se quiere, con un sencilla calidez, que lo hace más entrañable. Abuelos, padres, lugares compartidos, el mar –isleña ella, al cabo-, una glicinia, un reloj, un espejo…, se alinean en este puñado de poemas, que van poniendo de pie un tiempo irrepetible, irreparable mientras “la piel de la memoria” se eriza, y se conmueve el alma, ya fatigada de vivir: “Y a lo lejos el mar/ con su antiguo rumor de caracolas,/ con su sempiterna melodía de olas/ arropando mis desvelos/ mi lejano horizonte, mi vida entera”.
Hace bien Cecilia Álvarez, en abrir y en dar a la luz el contenido de aquella arqueta repleta de recuerdos, hermosa manera de recobrar desde la mujer que es hoy la niña que fue, y reconciliarse con su propio corazón.

Desde 1998, año en que apareció su libro, “Me nombro umbría”, la barcelonesa Isabel Abad, no había vuelto a publicar. Por ello, sus lectores han -hemos- acogido con renovado interés “La piel donde me quemo”, que Torremozas incorpora a su veterana y prestigiosa colección. En unas palabras liminares, tituladas “El espacio de la llama”, la autora confiesa que, en aquel entonces, no podía prever “el largo camino hasta estos versos de ahora”, fechados diez años después. “Tan largo y tan abrupto -añade-, sin apenas claros en el espeso bosque por el que, a lo largo de este tiempo, la vida me ha llevado a transitar”. No es extraño, pues, hallar en estos poemas “querencia y voluntad de pasión”, y una búsqueda implacable, pero delicada, de la -de “su”- verdad interior. La poesía de Isabel Abad se ha caracterizado siempre por su precisión verbal y formal, y aquí, ya en su plenitud lírica, vuelve a ponerse de manifiesto. Estructurado en dos grandes apartados, “La cicatriz del frío” y “Perdóname la noche”, más un “Epílogo” (“El agua bebe en ti todas las fuentes/ y llueve en el secreto de tu sombra”), “La piel donde me quemo”, se erige en sólido ejemplo de calidad y buen hacer.


Cumplidos ya los ochenta años, John Ashbery continúa al frente de una obra tan extensa como personalísima. Se edita ahora, en versión española de Daniel Aguirre, “Un país mundano” (Lumen. Barcelona, 2009), que originariamente viera la luz dos años atrás.
De nuevo, el poeta neoyorquino ahonda en sus más significadas claves poéticas: confesiones íntimas, meditativas reflexiones, sorpresiva cotidianeidad…, y todo ello envuelto en una elegante plasticidad desde la que su perspicaz quehacer alienta un verso de misterioso fulgor: “Todos los años a esta hora del día tengo una sensación/ de dolor, como de tomillo o higos secos./ Nadie tiene por qué saber qué mal me aqueja,/ lo cual es triste, pero contarlo sería peor”.
El mismo Daniel Aguirre , anota en su prefacio que en estos últimos poemas de Ahsbery, “la percepción de la inminencia del fin, el sentimiento de pérdida, la atmósfera elegíaca y evocadora se modulan a un ritmo vivo y aún vertiginoso”. Y es cierto, que su lectura, pone al lector en un estado de grata y poética embriaguez que no provoca, en modo alguno, indiferencia: “Inhumanos no somos, pero podemos jugar/ a ver cómo sería ser Dios”.

Con acento extranjero y cercano, acaba de editarse “En la vía del maestro. -Un viaje con Laozi-” (Olifante. Tarazona, Zaragoza, 2009) de Casimiro de Brito. Portugués del 38 y presidente del PEN Club de su país, su obra rebasa ya los cincuenta títulos.
Esta vez, su voz se articula desde un lenguaje sutilmente elaborado que se convierte en lírico concepto desde el momento en que deja de servir justamente para la “vivencia” original. Por eso, su mensaje significa multiplicidad, metafórica ilusión, intuitiva realidad: “Hombre ya no soy. Derrotado por ese flash/ en el que vi que no veía nada no era nada/ perdí el deseo y todos sus nombres (…) Ese día dejé de ser un hueso/ separado de las diez mil cosas”.
Es apreciable su influencia oriental y su devoción por el haiku a través de su concisión verbal y en la constante apuesta por alcanzar una exacta armonía entre el ser humano y su devenir. La atinada traducción de castellano de Montserrat Gibert, completa un volumen capaz de alcanzar los límites más extremos de la libertad creadora: “Soy nómada y me basta/ beber el agua que viene de la montaña”.

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