Notas de un lector

Cristal de la memoria

El pasado 19 de septiembre, moría a los setenta y cinco años de edad, José Antonio Labordeta. Su notoria labor como cantautor, político y escritor lo convirtió en un hombre querido y admirado por muy distintos públicos y estamentos. Sus lazos literarios siempre estuvieron vinculados a los de su hermano Miguel (1921-1969), que a pesar de fallecer en plena madurez vital y creadora, dejó a sus espaldas una importante obra lírica.
Por tal motivo, el Gobierno de Aragón instauró años atrás el premio “Miguel Labordeta” de Poesía, que, en su última convocatoria de 2009, ha recaído en Santos Domínguez por “Nueve de lunas”.


En una espléndida tarde veraniega y de playerío gaditano, recibí este volumen de manos del propio autor, pero hasta hace unos días no he podido sumergirme de lleno en su mapa de blancas lunas.
La voz de Santos Domínguez lleva ya varios años resonando alta y convincente en el panorama poético español. A su labor de catedrático de Lengua y Literatura Española y crítico literario, añade su pasión por la poesía, en la que ha encontrado cálido acomodo y muy importantes galardones: “Gerardo Diego”, “Gil de Biedma y Alba”, “Barcarola”, “Ángaro”, “Alcaraván”..

En este su undécimo volumen, vuelve a demostrar la intensidad de su expresión, la efusión verbal que distingue su cántico, el cual sabe modular hasta hacerlo sentimental misterio, permanente otredad: “Vengo de donde mide su conjetura el aire/, de la raíz antigua de la piedra y la música,/ de las palpitaciones verdes de la madera,/ de los primeros ríos que cruzaron los pájaros”, anota en el poema que le sirve de pórtico.
El vate cacereño no se aleja del universo que le rodea y que él mismo otea con dotes de avezado observador. Las notas que pulsan su acontecer más inmediato, conjugan con sus dóciles acordes rítmicos una suerte de verso libre sabiamente hilvanado, que permite oír los latidos más íntimos del corazón: “No sabe el que recuerda/ si era lámpara o nube/ lo que arde en la memoria”. Esas remembranzas se unifican al hilo de estas páginas y recorren las sendas de tantas experiencias vividas y cosidas cerca de cada reflexión: “En la vigilia insomne del planeta/ o en su sueño de bronce hay sílabas antiguas,/ levadura de nieve y dolor,/ tibia luz de la tarde,/ días furtivos de enero”.

El susurro de una musa, la lluvia azul que pinta la orilla, el miedo que se encadena a la noche del alma, los sueños que trastocan la realidad que hiere, el viento de levante que traspasa la piel…, sirven -entre otros motivos, paisajes y sentimientos-, para dar cuerpo y lumbre a este caleidoscopio de imágenes e indagaciones del espíritu humano: “Tú que a una luz más alta/ te atienes,/ tú que miras/ y pasas sin pararte,/ aunque no lo sepas también vas navegando/ por ese mar antiguo como el mundo/ hacia el oscuro umbral de las tinieblas”.

Poemario, en suma, de hondura meditativa, de sensitiva autenticidad, para cobijarse quedamente junto a “la casa de cristal de la memoria”.

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